¡Está todo inventado!

Me uno a tantas buenas ideas que se andan apuntando por aquí, sugiriendo alternativas para reaccionar ante el desgaste de nuestro mundo, nuestro hogar.

A veces me descubro intentando inventar la mejor manera de que mi paso por el planeta sea benigno y amable. Luego me sonrío viendo que está todo inventado.

No han pasado tantos años desde que las generaciones de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, vivieran más en contacto con la naturaleza, comiendo lo que traía la temporada y de lugares no muy lejanos, aprovechando todo lo que caía en sus manos, tomando sólo lo necesario y agradeciendo cuando venía algo extraordinario.

No nadaban en la abundancia pero lo poco que tenían era de buena calidad y hecho para durar. Por ejemplo, en el vestir estaba el traje de los domingos (y de todos los días especiales), el de labor, el uniforme del colegio si era el caso y alguna cosilla más. De vez en cuando heredaban de un hermano mayor, de un amigo, del padre/madre… ¡y era una alegría! Si no les quedaba como un guante, un pequeño arreglo obraba el milagro. Cuando una prenda estaba muy desgastada no se tiraba, se aprovechaba la tela para hacer otras cosas como bolsitas de tela o trapos. En la cultura anglosajona se empleaban como retales para elaborar colchas cosiendo unas piezas a otras. También los zapatos duraban años y si fallaba la suela existía un señor que te lo arreglaba.

En la cocina se tiraban pocas cosas. Ya de por sí entraban con poco adorno o envoltorio. De las raspas del pescado se hacía rico caldo para un arroz o una sopa, y lo mismo con los recortes de la carne. Si después del cocinado había sobras, con un poco de arte, se transformaban en un plato de aprovechamiento como unas croquetas, ropa vieja o empanada. La leche se compraba en la vaquería; llevaban su lechera de metal y luego se hervía en casa. También era posible recibirla en el domicilio cada mañana en botella de cristal. Luego hacían bizcocho con la nata, natillas, yogures o lo que se terciara. Quien tenía gallinas o cerdos les daba las peladuras de la verdura y el resto de orgánicos lo enterraban para que se descompusiera. El aceite usado lo transformaban en jabón. Y todo lo que venía en botella de vidrio como el vino, la cerveza, los refrescos, se podían retornar vacíos y recomprar llenos.

Diríamos que hemos avanzado porque ahora disponemos de TODO – si puedes pagarlo- y TODO es ya de usar y tirar… ¡qué comodidad! Escucharme hablar de cómo vivían nuestros abuelos puede sonar algo nostálgico pero no se trata de eso sino de ser prácticos y tomar lo que nos sirva. Desde luego cualquier cambio en este sentido necesita dedicación pero puede resultar muy satisfactorio.

Es cierto también que entre ambos extremos podemos encontrar un equilibrio. Miremos pues hacia atrás, preguntemos a nuestros mayores, aprendamos el valor de las cosas. Y por supuesto, démosle una vuelta a lo que descubramos, con todas nuestras capacidades, creatividad y conocimiento.

En los próximos meses hablaremos de cosas sencillas que podemos hacer en casa para aprovechar mejor lo que tenemos y así frenar en algo la dinámica del “usar y tirar”.

Teresa