Nos construimos en comunidad gracias a lo que nos hace diferentes. Género, cultura, procedencia, ideas, cuerpo, mirada, sonidos u olores. Sin embargo, el creciente e imparable proceso de occidentalización de las llamadas sociedades desarrolladas forja individuos cada vez más parecidos en cuanto a motivaciones, intereses, presencia física, etc. Y somete a la población, a través de la incidencia de los medios de comunicación de masas y de los modelos culturales, a una progresiva homogenización. Con esto entre las manos, Spínola Solidaria se preguntó en 2011: ¿Dónde se sitúan los puntos de fricción que colocan la diferencia en el centro del conflicto en las personas? ¿No son más bien los intereses los que nos llevan a rechazar lo diferente?
Así, se hizo necesario trabajar la diferencia. Porque, además de un ejercicio racional, es un proceso de reconocimiento del otro y de sí mismo en el que ambos se colocan en la actitud de crear, recrear, poner en relación. La diferencia puede ser un valor que nos construye en comunidad. Porque ser diferentes y estar orgullosos de nuestras diferencias es lo que hace un mundo diferente.